¿Quién es Harry Quebert? ¿Quién es Marcus? ¿Quién es Nola?
Son las tres principales preguntas que nos empezamos a hacer nada más comenzar esta inmensa aventura por las calles de la pequeña y recóndita ciudad de Aurora. Lo más interesante es que, al seguir pasando las páginas te das cuenta de que aunque crees saber mucho, aunque crees tener todas las pistas, aunque crees que sabes el quién, cómo y cuándo, te das cuenta de que, ni mucho menos, estás cerca de la verdad.
Un desconocido Joël Dicker de tan sólo 28 años lleva más de un millón y medio de libros vendidos de “La verdad sobre el caso Harry Quebert”. Quizás uno puede creerse que se trata de un libro viral, que por las recomendación, por la publicidad o porque se aprovecha hábilmente del auge de la novela negra que reina en todo el mundo ha conseguido cosechar este éxito, pero eso no es así. Es que simplemente se trata de un libro formidable.
La historia comienza en Nueva York con un joven escritor, Marcus Goldman, que tras el éxito de su primera novela se queda atascado y no sabe como continuar con su carrera literaria. Por ello decide recurrir a su antiguo profesor, maestro y hasta amigo, Harry Quebert, aunque esto le lleva a abandonar su casa.
La sorpresa se produce cuando la pequeña ciudad de Aurora en New Hamphire comienza a tener su propia vida, despertando de un letargo de 30 años con un cuerpo de una niña desaparecida y olvidada que en su día impacto América, la dulce Nola.
Puede ser que el argumento no parezca nada extraordinario, también puede parecer que los personajes no se diferencian de otras muchas novelas del género pero lo bueno de este libro es que precisamente nos daremos cuenta de que el género es lo que la diferencia.
Amor, intriga, acción, y sobre todo secretos bien guardados durante muchos años, son los matices de una novela excepcional que lleva a la cumbre de la literatura a un chaval de 28 años y que hace muy difícil que se pueda escribir algo igual.
Y no, no quiero contar más sobre el libro porque lo que uno tiene que hacer es cogerlo, y leerlo. Vivirlo y sentirlo. Tocarlo y pasarlo.
Hay libros que se leen y se olvidan, otros nos hacen pensar, pero éste, lo que hace es dejar una huella en el lector. Y tal y como diría Quebert:
“Un buen libro, Marcus, es un libro que uno se arrepiente de terminar”.
Yo me he arrepentido de terminarlo…
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